Estoy a nada de cumplir dos años desde que terminé mi última relación. Por ahí leí que, en promedio, para olvidar y sanar te toma la mitad del tiempo que duraste.
Mierda.
Duré once o doce años.
¿Me faltan cuatro más para sanar?
No me siento sanada.
Cuando intento no pensar en ella, pienso más.
Todas mis relaciones pasadas las superé mucho más rápido, pero también es cierto que nunca me había tomado tanto tiempo en mí. En sanarme. En estar bien antes de brincar a la siguiente relación.
Ya tengo cuarenta y cinco años.
Y no entiendo a dónde se fue el tiempo.
Mi tiempo.
Mi vida.
La mayoría del tiempo me siento perdida. Como que no me encuentro.
No encajo. Como un fantasma perdido en un castillo antiguo que no sabe a quién, ni como asustar. Y si supiera, probablemente le daría flojera.
Me asusta.
La verdad, casi siempre siento que no encajo. En ningún lugar.
Como si solo hubiera encajado con ella.
Como si el rompecabezas ya estuviera armado, y luego un día quitaron mi pieza… y ahora hay que empatarla con otro rompecabezas.
¿Cuáles son las probabilidades?
A todo esto agrégale que soy muy antisocial.
Me cuesta socializar. Mucho.
Me pongo nerviosa. Me congelo. No sé de qué platicar.
Y si me llegas a conocer las primeras veces, vas a pensar que soy la persona más aburrida del mundo. No exagero. Aunque, por dentro, siempre hay una fiesta en mi cabeza.
Y cuando pienso en el futuro de mi vida, veo un futuro catastrófico.
Me haré vieja sola.
Y ni siquiera con gatos —porque no me gustan.
Estaré sola con mi perro. Con un perro que aún no conozco, porque de seguro el que está en turno no durará hasta entonces.
No suena tan mal.
Noches de insomnio.
Preguntas sin respuesta.
Mares de dudas.
Miedo.
Así la paso la mayor parte del tiempo.
Aunque trato de ocuparme, inevitablemente, en algún momento del día… caigo.
Ya no tengo coraje ni enojo.
Tengo nostalgia. Y culpa.
¿Pude haber hecho algo mejor?
¿Lo pude haber evitado?
Clásico.
Si soy honesta, me veía con ella hasta llegar a viejitas.
Ella me dijo lo mismo.
Me dijo eso mientras me dejaba.
¿Cómo?
Eso sí lo he aprendido en este tiempo:
me tengo que estar empujando constantemente a hacer las cosas.
A salir de mi zona de confort.
Lo odio.
Pero cada que lo hago, me encuentro con una sorpresa.
Usualmente positiva.
Entonces, un día decidí volver a escribir.
Siempre me ha gustado escribir, pero lo dejé.
Me volví insegura de mis propios textos.
Un día paré.
No me sentía lo suficientemente calificada para hacerlo. Pero tampoco es como que hice algo para sentirme calificada.
Este blog es mi intento de empujarme fuera de esa zona en la que vivo siempre.
Esa donde me vuelvo invisible.
Para que me vean.
Para que me lean.
Total. Ya me voy a morir. Pronto.
Ya me dieron el borrón,
y aquí sigo esperando la cuenta nueva.
A veces… me gusta el drama.
xoxo
Deja una respuesta