diario de una lencha

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PARTE I

Tardé aproximadamente unos 23 años en darme cuenta que me gustaban las mujeres. Una de las cosas que menos ayudó en este descubrimiento fue que nunca me hablaron de la homosexualidad. Nunca supe que ser lesbiana era una opción. Desde que yo tenia uso de razón sólo tenia una alternativa y esa era encontrar un buen «partido» obviamente un hombre, que tuviera mis mismos valores, tuviera estabilidad financiera, y no recuerdo si la parte de que me quisiera mucho era tan importante como todo lo demás o no. Muy rara vez, escuchaba hablar de los «gays», y era como súper prohibido el tema. No se mencionaba, solo sabia que era algo importado al mundo por Satanás, y la gente que terminaba así era rechazada mundialmente. Desde kinder a prepa, yo era un tomboy. Me encantaba juntarme con los niños. Eran mucho más divertidos. Jugaba soccer, futbol americano, basket, canicas y no perdían el tiempo en platicas superficiales. Mis mejores amigos eran niños. En el colegio siempre fue un problema mi «situación» por que siempre habían dos grupos (como no) el de los hombres y el de las mujeres, y yo siempre insistía que me pusieran con los hombres. Entonces acababa en el grupo de los hombres. Odiaba ponerme falda. Prefería vestirme como lo hacían los hombres. Imagínense barrerme por la pelota en falda. Lo hice, pero no era lo ideal. Toda esta emoción por ser parte de ellos pronto se vió disuelta cuando estuvimos en edad de que nos gustaran los niños. De pronto todas mis amigas hablaban de que les gustaba equis niño, y conforme los meses pasaban poco a poco tenían novio. Yo me acuerdo que esto me estresaba por que la verdad es que a mi no me interesaba nada tener novio. Sus novios eran mis amigos. Poco a poco también a mis amigos les empezó a gustar una que otra de mis amigas, y cuando entró la era sexual, empezamos a distanciarnos un poco. Me quedé como en medio de dos grupos. Tal vez me debí de haber quedado con ellos a explorar también que niñas me gustaban. Pero no era opción. Me acuerdo haber sentido que no encajaba. Poco a poco fui tratando de encajar. Ya no me quedaba de otra y cuando empecé a salir a las fiestas de 15 años, me empezaba a vestir con faldas – como todas las demás. Lo odiaba, pero no me quería quedar fuera. Básicamente mis salidas a fiestas era dar vueltas por el antro esperando captar la atención de un hombre para que se acercara, te sacara a bailar y si tenias suerte al terminar la sesión de baile al son de rayando el sol de Maná, el susodicho te pediría tu teléfono. Ojo aquí, era el teléfono de tu casa. Aun no existían los celulares. En una de estas fiestas, y después de dar vueltas a la pista miles de veces, fue como conocí a mi primer novio. No me gustaba. Nada. Su loción era lo equivalente al olor de 8 machos juntos y escandalosos y besaba bastante mal. Me acuerdo que con el fue mi primer beso y me dejó sin muchas ganas de otro. Sentí como si estuviera besando a 100 ostiones. El romance nunca se acercó a esa relación. Me acuerdo que manejaba una pick-up y me emocionaba que me dijera que me sentara junto a el. Me hacia sentir que pertenecía a algo; que era exitosa por que ya podía hacer «check» en la casilla de «novio». Duró muy poco esa relación. Pronto tuve otro novio, a quien conocí de la misma manera. Pensé que el reivindicaría lo que yo sentía al besar a hombres. Pero también trajo a los moluscos y no fue nada padre. En ese momento empezaba a perder esperanzas, pero qué mas podía hacer? Seguir dando vueltas por los antros para ver cuál novio seguía.